La sustancia madre no es sino la memoria de la tierra, plasmada en la textura, el tono y la belleza de lo que toca.
Con la paciencia de los siglos, la materia se ha ido amoldando, absorbiendo en su ser la esencia del lugar, transformándose no por la mano del hombre, sino por el incesante pasar de las estaciones, por las lluvias que borran y el sol que talla. “Cada piedra, cada partícula de polvo”, es un acto de tiempo, un poema de adaptación.